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El valor del dinero en el tiempo es un tema ampliamente conocido y utilizado en finanzas, especialmente en el mundo de las inversiones, en el que intervienen una serie de factores como tasas de interés y capitalizaciones, entre otros, siendo al final recopilados por el concepto de protección contra la inflación.

Una buena manera de entender este concepto antes de adentrarnos en tecnicismos, es hacer un ejercicio imaginándonos si con 500€ podremos comprar las mismas cosas pasado un mes, seis o un año.

Creo que la respuesta es universal. A pesar de que el valor nominal de los 500€ sigue siendo el mismo, todos tendemos a pensar que, gracias a la inflación, donde en su definición más básica no es más que el aumento sostenido y generalizado de los precios de bienes y servicios, el poder de compra de dicha cantidad se reduce con el tiempo.

Es así como, a través de este ejemplo, podemos darnos cuenta de que el valor del dinero es bastante subjetivo ya que no solo hace referencia al valor nominal de la cantidad sino también a que, con esa misma cantidad, no siempre puedes comprar lo mismo al pasar el tiempo.

Cómo el dinero es capaz de generar emociones

Dentro de la subjetividad a la que hago referencia, encontramos que existen diferencias entre lo que representa para cada uno de nosotros el precio de un bien o servicio y su respectivo valor.

Recuerdo una clase de microeconomía en la que el profesor se acercó a la alumna sentada en primera fila y le ofreció un Toronto. Para aquellos que no saben, el Toronto es un exquisito bombón de chocolate que para los venezolanos representa la venezolanidad en su máximo esplendor. La alumna por supuesto lo aceptó.

El profesor continuó con su clase y al cabo de unos minutos le ofreció a la misma estudiante un segundo Toronto. Ella, esta vez con menos ansiedad, igualmente lo aceptó y se lo comió. Pasados otros tantos minutos, el profesor le ofreció un tercer Toronto y en esta oportunidad no fue aceptado. Así fue como todos aprendimos que por más deseado que sea un bien, independientemente de su precio, su valor cambia, entre otros factores, por nuestros impulsos como consumidores.

De aquí se desprende la idea del valor emocional del dinero. No cabe duda de que, ante ciertas circunstancias, el dinero es capaz de generar emociones distintas. Las deudas son capaces de sumar preocupaciones. Cualquier ingreso inesperado nos exalta. Incluso existen creencias aferradas a la emoción que nos produce los paradigmas de ahorro; debemos ahorrar la mayor proporción de nuestro ingreso posible o debemos consumir y no prever para la posteridad.

Una pandemia con unas consecuencias que, sin lugar a duda, han tocado las percepciones de todos en muchos aspectos. Un período de confinamiento que nos ha llevado a muchos a la reflexión y repensar nuestras prioridades, son razones suficientes para también proponernos un reenfoque en las emociones que asignamos a nuestros patrones de consumo y aquellas acciones que queríamos, soñábamos, anhelábamos, llevar a cabo para sentirnos plenos con la vida que queremos.

Invertir en nuestro conocimiento, dar el primer paso en ese emprendimiento por muy pequeño que sea o comprar ese activo que se convertirá en un factor de producción de aquella actividad que tanto nos apasiona, son todas iniciativas que merecen ser convertidas en realidades y dejar de verlas como sueños lejanos.

Si algo hemos aprendido es que en cualquier momento la vida puede dar un giro brusco e inesperado, y es por ello que me sumo a aquellos que nos motivan para perseguir nuestras pasiones. Al final, está más que dicho por grandes emprendedores, que son las pasiones las que los han llevado al éxito en sus carreras.